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Las ciudades invisibles, de Italo Calvino
Y donde se da respuesta al método de escritura que utilizó para escribir esta obra
Es un libro sueño. Imagínate cuando te despiertas y consigues recordar lo que has soñado, raudo, lo escribes. Lo escribes con precisión, con todos los detalles, hasta cuando descubres un nuevo color. En los sueños aparecen colores que nunca te ofrecerá la realidad donde estás. Pues así Italo Calvino. El libro va de ciudades que se inventa e imagina con tal grado de detalle que terminas soñando dentro de ellas.
Siempre que escribo sobre Calvino recuerdo que su primera novela la escribió en veinte días: El sendero de los nidos araña. No la he leído. Siempre que escribo sobre Calvino recuerdo que escribió una tesis sobre Conrad, escritor que admiro. Italo tenía 24 años. Siempre que escribo sobre Calvino recuerdo que dijo que él se hizo escritor por Pavese y por Queneau. Pavese tiene grandes textos, pero se suicidó, y aunque este dato sea secundario, me apetecía señalarlo. Y cuando hoy estoy escribiendo esto sobre Calvino, no puedo olvidar revelar el método de escritura que empleó para escribir este librito que se lee en menos de dos horas:
“El libro nació lentamente, con intervalos a veces largos, como poemas que fui escribiendo, según las más diversas inspiraciones. Cuando escribo procedo por series: tengo muchas carpetas donde meto las páginas escritas, según las ideas que se me pasan por la cabeza, o apuntes de cosas que quisiera escribir. Tengo una carpeta para los objetos, una carpeta para los animales, una para las personas, una carpeta para los personajes históricos y otra para los héroes de la mitología; tengo una carpeta sobre las cuatro estaciones y una sobre los cinco sentidos; en una recojo páginas sobre las ciudades y los paisajes de mi vida y en otra ciudades imaginarias, fuera del espacio y del tiempo. Cuando una carpeta empieza a llenarse de folios, me pongo a pensar en el libro que puedo sacar de ellos”.
Así, Italo Calvino escribía de vez en cuando sobre las ciudades que se le ocurrían y termina un libro. El sistema parece sencillo, pero había que soñar: “Durante un periodo se me ocurrían solo ciudades tristes, y en otro solo ciudades alegres; hubo un tiempo en que comparaba la ciudad con el cielo estrellando, en cambio en otro momento hablaba siempre de las basuras que se van extendiendo día a día fuera de las ciudades. Se había convertido en una suerte de diario que seguía mis humores y mis reflexiones; todo terminaba por transformarse en imágenes de ciudades: los libros que leía, las exposiciones de arte que visitaba, las discusiones con mis amigos”.
Calvino inventó estas ciudades en 1972 de manera periódica porque fueron apareciendo en prensa. Todos los textos responden a esa pregunta inicial: ¿Qué nos ha llevado a vivir en ciudades? Y la respuesta es la descripción de cincuenta y cinco ciudades. Texto de evidente belleza formal y a los que Aurora Bernárdez, la traductora, ha conseguido hacer brillar en español. Las ciudades son un magnífico ejemplo de literatura pura, pues es todo inventado. Hay belleza, incluso en los nombres que les asigna. Y cierro la glosa: Diomira, Isidora, Dorotea, Zaira, Anastasia, Tamara, Zora, Despina, Zirma, Isaura, Mauricia, Fedora, Zoe, Zenobia, Eufemia, Zobeida, Ipazia, Armilla, Cloe, Valdrada, Olivia, Sofronia, Eutropia, Zemrude, Aglaura, Octavia, Ersilia, Baucis, Leandra, Melania, Esmeraldina, Fílides, Pirra, Adelma, Eudoxia, Moriana, Clarisa, Eusapia, Bersabea, Leonia, Irene, Argia, Tecla, Trude, Olinda, Laudomia, Perinzia, Procopia, Raísa, Andria, Cecilia, Marozia, Pentesilea, Teodora y Berenice.
CALVINO, Italo (2003). Las ciudades invisibles. Madrid. Siruela. 183 páginas. Traducido por Aurora Bernárdez. Tiempo de lectura invertido: 1h 30’.